Monday, December 05, 2005

Virgenes Suicidas

Las virgenes de Mileto comenzaron a ahorcarse de pronto y sin que nadie supiera la causa. Al abrir las puertas de los gineceos, uno tropezaba con los pies, aún tembloroso, de un cuerpo blanco colgado de las vigas. Sobresaltaba un suspiro ronco y el tintineo de los anillos, brazales y jorcas que se deslizaban al suelo desde los tobillos. La garganta de las ahorcadas se alzaba como las palpitantes alas de un pájaro que se asfixia. Los ojos parecian más llenos de resignación que de horror.
Por la noche las muchachas se retiraban silenciosas, como debe ser, y permanecían en actitud modesta y sin apretar las rodillas. Pero en medio de la noche se oían gemidos y, al principio, se creia que las oprimían los sueños pesados, pájaros nocturnos del cerebro. Creían que las iban a encontrar tumbadas boca abajo y con los flancos agitados por el miedo o con los brazos cruzados sobre el pecho y los dedos apoyados en el sitio donde late el corazón. Pero los lechos de las muchachas estaban vacios. Después se oían balanceos en las salas superiores. Allí estaban colgadas, alumbradas por la luna, con la blanca túnica caída y las manos apretadas hasta las últimas articulaciones de los dedos, azules los labios inflamados. Al llegar el alba, los familiares gorriones volaban por sus hombros, las picoteaban y huían piando al encontrarse la piel fria.
En cuanto el primer hálito de la mañana hacía estremecer los velos tendidos en los patios interiores, llevaban a las casa amigas del canto grave de las plañideras.